Muchas personas tienen un denominador común: "no saben reaccionar ante un ataque real". Su problema radica en que en el gimnasio han aprendido a pelear de una manera mecánica: ante tal patada, tal contra, a esta técnica le sigue ésta otra, etc. Pero en la calle la acción no se desarrolla como nosotros queremos ni de manera predeterminada, y al romperse nuestros esquemas habituales de práctica, se pierde la seguridad...
Hoy en día, gran parte de la gente que se inscribe a un gimnasio o a una escuela de artes marciales, lo hace porque se siente insegura y quiere aprender a defenderse, además de querer estar en mejor forma.
Sufren ciertos temores y miedos, y desean acabar de una vez con ellos; pero el camino es largo y difícil... El primer e ineludible paso consiste en enfrentarse al miedo.
Para aprender a nadar hay que mojarse, y para aprender a defenderse, hay que pelear.
Y todo nadador traga agua, así como todo artista marcial recibe de vez en cuando algún golpe.
No asumir esta realidad suele conducir a engañarse uno mismo, eludiendo las clases de combate y acudiendo a otras con la idea de que lo que se aprenda en ellas es igualmente válido. Esto no es así. Si lo que uno quiere es aprender a pelear y a defenderse con realismo, hay que experimentar estar situaciones lo más frecuentemente posible en el lugar de entrenamiento.
A nadie le gusta perder o recibir golpes, pero más vale que ocurra entrenando, con las protecciones y control adecuados, y así ir aprendiendo poco a poco, que hacerlo directamente por la vía dura, es decir, en la calle. Ser valiente no significa no conocer el miedo; significa saberlo vencer, pero ésa es una batalla que muchos pierden antes de haberla iniciado, debido a su inseguridad. El verdadero valiente no es el que vence a su adversario, sino el que se vence a sí mismo, es decir, a sus miedos. Si perdemos, tal vez el otro sea más hábil o haya tenido más suerte, pero en todo caso nosotros hemos aprendido cosas, y la próxima vez pelearemos mejor. Como reza el dicho: "Si luchas puedes perder. Si no luchas, estás perdido".
Como es lógico, el aprendizaje ha de ser gradual; es decir, comenzar peleando con gente de un nivel similar al nuestro, y de vez en cuando pelear con otros de superior nivel. Pero no excesivamente superior, pues hay que evitar humillaciones que a lo único que conducen es a incrementar la frustración e inseguridad del practicante.
Aparte del miedo a la derrota y al dolor en general, en la calle pueden darse otros factores que dificulten la defensa: la sorpresa, ropa incómoda, elementos arquitectónicos molestos, etc. Además, en principio no hay reglas deportivas ni técnicas prohibidas, no se suele conocer al rival, éste no tiene por qué ser de nuestro peso o nivel, puede ir armado, pueden ser varios, ningún monitor o arbitro va a intervenir, etc. Por eso, para ser realmente eficaz en la calle hay que dotarse de muchísima experiencia en entrenamiento en combate, intentando siempre, dentro de unos límites, reproducir condiciones de pelea lo más realistas posible.
Evidentemente, como en el caso del combate libre, el aprendizaje en defensa personal también ha de ser gradual: primero hay que aprender a deshacerse de un contrincante de una forma rápida y contundente (economía de movimientos, sencillez técnica); después se amplía el número de adversarios, y más tarde se añaden armas (al principio imitaciones y después reales, según se vaya adquiriendo nivel y seguridad).
Vale la pena detenerse un poco más en el entrenamiento de la defensa contra varios atacantes, pues siendo desgraciadamente una situación "común" en las agresiones callejeras, sin embargo apenas se entrena en los gimnasios. Los agresores suelen rodear a la víctima y atacarla con cierta simultaneidad; no de uno en uno, como en las películas. Así habrá de entrenarlo. La defensa resulta difícil, pero no imposible. Hay que usar técnicas muy rápidas, directas y contundentes (testículos, cuello, rodillas y nariz son los objetivos más vulnerables), intentar anticiparse atacando al agresor más próximo, moverse constantemente, evitar en lo posible ir al suelo, y huir en cuanto logremos abrir un hueco.
En cuanto al entorno, para evitar que nos resulte un elemento extraño y molesto, lo ideal es practicar en la calle: en algún sitio apartado, en una casa o en un patio, o en la parte del lugar de entrenamiento más parecida a la calle (sin tatami, con espacios más estrechos, columnas, escaleras, etc.). La ropa ha de ser la que llevemos normalmente (incluyendo abrigos, mochilas, tacones u otros aparatosos objetos o prendas). Se recomienda usar ciertos aparatos, sobre todo para los atacantes: principalmente coquilla, pero también casco, peto, espinilleras, guantes, etc. Así el defensor puede golpear con realismo (amortiguando lo más posible su potencia). Acostumbrarse a inhibirse y a "frenar" los golpes no es bueno, pues psicológica y físicamente se pierde la "sensación real" de defenderse, y se pueden adquirir hábitos lógicamente muy peligrosos en la calle.
Muchos practicantes no están técnicamente ni psicológicamente preparados para defenderse, y de ahí proceden sus temores y errores. Sin duda con una buena instrucción (realista, sólida, rica) todo esto desaparecería.
La definición de miedo es: "Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o mal que realmente amenaza o que se imagina" o "aprehensión que se tiene de que suceda un acontecimiento contrario a lo que se desea". Si se vence esa angustia, se habrá ganado gran parte de la batalla.*
(*) Tomado de: Jalain, E. (2001-4). Cómo dominar el miedo en la calle. Dojo, 19-21.
(*) Tomado de: Jalain, E. (2001-4). Cómo dominar el miedo en la calle. Dojo, 19-21.
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