P'u-t'i Ta-mo, vigésimo patriarca hindú y primero de China, lleva a este país cuando en la India decae el impulso vital del budismo. Parece ser que fue el tercer hijo de Suganda, un príncipe del Sur, perteneciente a la casta de los guerreros. Fue educado en un budismo basado en la técnica del dyana (meditación) por el sabio Prajnatara y, a la muerte del maestro y siguiendo su deseo, atravesó el Himalaya presentándose en la corte del emperador Wu, de la dinastía Liang (502-557). Una tradición chauvinista china, históricamente poco acreditada pero a menudo aludida en las escuelas de Kung-fu, presenta a Ta-mo como un joven chino que fue a la India para estudiar el budismo y volvió a su patria cuando llegó a convertirse en maestro.
Es poco probable que se realizara aquel insolente intercambio de pareceres entre el sabio y el emperador del que nos hablan todos los textos divulgativos sobre zen. Más verídico parece que Ta-mo se estableciera en Shaolin, Saolin-tsu o Shorin-ji en japonés (tsu y ji tienen ambos el significado de monasterio). Shaolín era un centro espiritual ya conocido y Ta-mo, que a su llegada debía ser más bien joven, se preparó con nueve años de meditación para crear la primera corriente budista china. Después de su muerte la fantasía popular lo ve volver a la India a través de las montañas con una sola sandalia en el pie.
Ta-mo aparece como el primer patriarca (es decir, el único heredero legítimo de Buda de aquella generación) que, al interpretar el budismo mahayana (<<del Gran Vehículo>> la corriente ascética, contrapuesta al Hinayana <<del Pequeño Vehículo>>, más ritual) a través de la práctica fundamental de la meditación, crea las bases del Ch'an o Zen-na (zen en japonés), perfeccionado a continuación por su sexto sucesor, Hui-neng.
Según la leyenda, Ta-mo, considerando que sus novicios se encontraban muy poco preparados para la dureza que exigían sus ejercicios y deseando que pudieran protegerse de los ataques de los seguidores de otras sectas durante la colecta cotidiana, les enseño e hizo practicar 18 ejercicios de Kung-fu para mejorar la salud, templar la voluntad y garantizar la capacidad de autodefensa de sus discípulos. Todavía hoy en los frescos que adornan algunas paredes de Shaolin pueden verse monjes de piel oscura, presumiblemente hindúes, que instruyen a jóvenes chinos en el combate a mano desnuda.
El budismo de Ta-mo tuvo un gran éxito y se propagó fulminantemente a través de toda el área de influencia china. Con el tiempo y bajo la presión de algunos acontecimientos políticos concretos, el monasterio de Shaolin perdió importancia como centro de la nueva práctica meditativa, pero se convirtió en modelo espiritual de todas las escuelas de Kung-fu , que tal vez se encontraban en fase de decadencia y necesitaban, por tanto, ideas innovadoras.
Al abrigo del budismo el Kung-fu se difundió entre el pueblo como práctica campesina y de masas: cultivado por los viejos como protección de su sabiduría, practicado por los jóvenes que se exhibían en los torneos de las fiestas campestres, complemento indispensable para la cultura del viajante, el Kung-fu se convirtió en leyenda. El folklore chino lo cita en innumerables episodios: monjes y eremitas agredidos por bandidos (primero los vencen y después los ganan a la vida espiritual), viejos maestros llamados para combatir a un tigre que aterroriza un pueblo, hazañas épicas de jóvenes funcionarios en misión de agentes secretos. La historia nos confirma que los luchadores de Kung-fu constituían una fuerza popular que a menudo reaccionaba frente a las vejaciones de los poderosos y que el prestigio de ciertas técnicas de combate añadía una fascinación exótica a las famosas Sociedades Secretas.
En Okinawa, ocupada por los japoneses, el Kung-fu chino fue mantenido secreto con la esperanza de que pudiera ser de utilidad contra la crueldad de los invasores. Y cuando, finalmente, algunos maestros de las primeras décadas del siglo X se decidieron a revelar públicamente los secretos en el Japón, estalló la <<bomba>> del Karate, que fanatiza a las masas japonesas con sus visiones técnicas del combate absolutamente revolucionarias.*
(*) Tomado de: Barioli, César. (1989). el Kung-fu. En C. Barioli, el Kung-fu (págs. 15-19). Barcelona: Editorial De Vecchi.
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